Los días en Barcelona pasaron muy de prisa.
Trabajaba mucho. Era un mando intermedio en el área de planificación y quise adaptarme a una forma de trabajar diferente a la de Italia porque, al fin y al cabo, buscaba conocer, comprender y aprender una realidad nueva y distinta…
En caso de que la vida te lleve, también a ti, a una experiencia personal o profesional en el extranjero, te sugiero que la vivas, desde el primer segundo, con el menor número posible de prejuicios, sin comparar entre tu país de origen y tu nuevo destino. Lo fantástico de estas situaciones es poder enfrentarnos a una realidad diferente de la que procedemos, sumar vivencias que no se corresponden con las que siempre hemos vivido. Una mente abierta te ayudará a vislumbrar nuevos horizontes y, sobre todo, te ayudará a crecer profesional y personalmente.
Durante cuatro años estuve dedicado en cuerpo y alma a la empresa que me proporcionaba estabilidad, seguridad y un buen sueldo.
Vivía bien. Incluso se podría decir que muy bien. Pero con mucho estrés.
Tanto era el estrés que, como ganaba un buen sueldo, tenía que materializar de alguna manera todo el tiempo dedicado, con tanta intensidad, a la empresa. Y, además, tenía que materializarlo en las mismas cosas –o parecidas- que mis compañeros de trabajo. Existía una presión ambiental que nos hacía compartir una misma manera de ocupar nuestro tiempo libre: viajar.
A mí siempre me ha gustado viajar, es cierto. Me sigue gustando mucho. Así que podía sentirme feliz de pasar un fin de semana en París, por ejemplo. Sin embargo, dentro del mundo del que formaba parte, ya no se trataba sólo de viajar, sino de viajar de una cierta manera: ir a ciertos hoteles, a ciertos restaurantes… En ocasiones, tuve la impresión de “gastar por gastar”. Todo porque el estrés no me llevase a la frustración. Todo porque estaba formando parte de un estilo de vida determinado.
Hoy, con la distancia que me aportan los años, me doy cuenta de que, detrás de aquel estilo de vida, en realidad, había una necesidad muy básica: trabajar tantas horas y dedicar tantos recursos personales y profesionales a la empresa, crea, automáticamente, la necesidad de contrabalancear estos esfuerzos en la manera cómo ocupar el poco tiempo libre que te queda.
Periódicamente, necesitaba materializar el fruto de tanto estrés acumulado. Necesitaba recompensarme a mí mismo por la falta de tiempo libre en la que, realmente, vivía. Y necesitaba –o eso creía-, poder permitirme cosas que no todo el mundo se podía permitir –esos viajes relámpago a París, yendo a ciertos hoteles, a ciertos restaurantes…-. Hoy me pone la piel de gallina haber vivido tantos años así: no puede haber nada peor que las ganas de gastar para justificar tanto esfuerzo, en el fondo, frustrante.
Si te sientes identificado con lo que acabo de explicar, me gustaría compartir contigo la evidencia de que he hablado de una necesidad que sólo creamos nosotros mismos, una necesidad que se esfumará cuando cortes, por completo, con este estilo de vida. Y es que una de las cosas que agradezco a mi nueva vida es que he podido disfrutar, otra vez y al máximo, de las pequeñas cosas, aunque no representen ni sean signo de ningún estatus social.
En cualquier caso, para ser honestos, en conjunto las cosas me iban bien en mi experiencia laboral en Barcelona.
Me hacía feliz estar viviendo en una ciudad que me encantaba. Tuve miedo de que, a fuerza de irla conociendo, dejase de gustarme. Pero no, eso no pasó. Y mi trabajo me gustaba.
La empresa contribuyó a que me siguiese formando en la universidad con un master en planificación y logística. Además, por el puesto que ocupaba, adquirí una visión global, muy completa, de lo que es una empresa y de cómo se relacionan los distintos departamentos que la componen, algo que, hoy, me es muy útil.
Sí, aparentemente, todo estaba bien, muy bien.
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