Todos tenemos fechas que han marcado su vida y yo, como todos, tengo también las mías. Hoy quiero compartir contigo hoy una de esas fechas, una de las más importantes, aquel 1 de julio de 2011 en la que dije basta.
Aquel día de verano de hace ya 6 años dije basta y dejé la empresa para la que trabajaba para empezar un camino como trabajador autónomo y mi aventura como emprendedor.
Lo cierto es que no tenía dudas. Estaba muy seguro de la decisión que había tomado; pero he de reconocer que al mismo tiempo, y aunque de manera controlada, me sentía preocupado por lo que me estaba esperando…
Si algo me han enseñado las 42 primaveras que llevo en mis espaldas es que la preocupación y el miedo forman parte de la vida misma.
Tenemos que aprender a vivir con él. Y cuanto antes lo aceptemos y aprendamos, mejor. Incluso, si me lo permites, no solo debemos aprender a vivir el miedo y la preocupación, sino también debemos aprender a agradecer que estén en nuestra vida.
¡No hay que huir de ello!
Siempre he pensado que son de alguna forma la verdadera esencia de la vida misma. Sentir miedo y preocupación nos hace sentir vivos, nos obliga cada día a superarnos a nosotros mismos; son de alguna forma los ingredientes fundamentales en nuestra vida para que podamos crecer.
Aquel día dejaba a mis espaldas más de diez años fantásticos en una empresa que me permitió crecer como profesional y como persona.
Una empresa a la que estaré agradecido toda mi vida.
El día que dije BASTA
Pero había llegado el momento de decir basta.
No hay más que hablar… el matrimonio había acabado, el amor se había apagado, y nuestros caminos tenían que separarse.
Entre mi empresa y yo, quien lo tenía más crudo obviamente era yo.
Las mejores empresas nunca pueden tener un empleado indispensable y además yo estaba muy lejos de cubrir este rol.
Por el otro lado, aquel día, yo lo perdía todo para intentar ganarlo todo.
Perdía la seguridad, perdía un trabajo muy muy bien pagado, perdía compañeros de los que aprender cada día, perdía la posibilidad de tener una carrera potente y me obligaba a dar la cara a mi mundo.
En la cultura latina el miedo al fracaso es un cáncer horrible.
En EEUU si en una entrevista de trabajo dices que nunca has fracasado en tu vida, puedes estar seguro que tu proceso de selección ha acabado en ese mismo instante.
El miedo al fracaso es lo que nos para, nos pone trampas y acaba convenciéndonos de volver para atrás porque… ¡Quién sabe lo que dirán los demás si las cosas no van bien!
¿Por qué nos sentimos libres de decir y hacer lo que nos sale de la cabeza cuando estamos lejos de nuestro País?
Porque perdemos el miedo a que algo pueda ir mal. Porque parece que los kilómetros no solo nos alejan físicamente, sino que pone distancia también ante el miedo a tener que enfrentarnos a lo que puedan opinar familiares y amigos…
Perdemos el miedo a atrevernos asumiendo el riesgo de darnos cuenta de que SÍ podemos hacerlo.
Pasamos cada día muchas horas de nuestro tiempo en nuestros puestos de trabajo.
Te invito a hacerte esta pregunta: ¿Merece la pena dejarse llevar en una vida que no nos pertenece o quizás es mejor atrevernos a luchar por un futuro profesional distinto, feliz y que nos llene de orgullo?
No es fácil. ¡Cierto! Pero estoy absolutamente seguro de que todo el mundo no solo tiene el derecho, tiene también el deber en su vida de lograrlo.
¿No eres feliz en tu trabajo?
¡Deja de quejarte hoy mismo! Quizá es momento de que tú también digas «basta».
Quejarse es la cosa más tonta que uno pueda hacer.
Todos tenemos posibilidad de cambiar el rumbo de nuestras vidas para lograr nuestra felicidad porque la felicidad no es un momento, no es un segundo, lo veo cada día en mi trabajo.
Quien afirma lo contrario es porque lamentablemente no la ha encontrado todavía. Y quizá suelta este tipo de afirmación porque siente envidia hacia quien SÍ se considera feliz.
¿Lo quieres hacer?
Pues entonces, ¡adelante! No es un camino fácil, lo sabes, pero es como prepararse para una carrera tan dura como el IRON MAN… Hay que prepararse durante años antes de la competición. Y cuando llega el momento de la competición, hay que saber mezclar de forma perfecta músculo y cerebro. Ninguno de los dos te hará llegar al final sin la ayuda del otro.
Pero una vez que hayas llegado… ¡WOW! Qué bonito vivirlo, sentirlo, contarlo… y sobretodo ayudar a que cada vez más gente lo pueda vivir.